[alianza-solidaria - schoenstatt.org] Mensaje de Francisco paraCuaresma

Rudolf Sauter rsauter at sauter.co.cr
Tue Feb 4 18:36:39 CET 2014


Muchas gracias María. Un gran saludo!

 

Rudi Sauter

 

  _____  

De: kd1871-alianza-solidaria-bounces at mail.mchosting.eu
[mailto:kd1871-alianza-solidaria-bounces at mail.mchosting.eu] En nombre de
maria fischer
Enviado el: Martes, 04 de Febrero de 2014 07:25 a.m.
Para: alianza-solidaria at schoenstatt.info
Asunto: [alianza-solidaria - schoenstatt.org] Mensaje de Francisco
paraCuaresma

 

 






A difundir, usar, vivir... en alianza solidaria con Francisco

 

MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA DE 2014: UNA INVITACIÓN A LA POBREZA
EVANGÉLICA EN NUESTRA EPOCA 

Ciudad del Vaticano, 4 febrero 2014 (VIS).-”Se hizo pobre para enriquecernos
con su pobreza” es el título del Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma de
2014. El título es una cita de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios
en la que el apóstol los alienta a mostrar su generosidad ayudando a los
hermanos de Jerusalén que están atravesando dificultades. En el documento,
fechado el 26 de diciembre, festividad de San Esteban Protomártir, el Papa
se interroga sobre el significado de la invitación a la pobreza evangélica
de San Pablo en nuestros días. Ofrecemos a continuación el texto completo
del Mensaje

“Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os
sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo
recordando las palabras de san Pablo:"Pues conocéis la gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para
enriqueceros con su pobreza" . El Apóstol se dirige a los cristianos de
Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén
que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras
de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a
una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante
el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la
pobreza:"Siendo rico, se hizo pobre por vosotros
". Cristo, el Hijo eterno
de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio
de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para
ser en todo semejante a nosotros ). ¡Qué gran misterio la encarnación de
Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia,
generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por
las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la
suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los
muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en
efecto,"trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró
con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen
María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros
excepto en el pecado" 

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino
—dice san Pablo—"...para enriqueceros con su pobreza". No se trata de un
juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario,
es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la
Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde
lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo
con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando
Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista,
no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en
medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar
con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para
consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el
Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino
por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la"riqueza
insondable de Cristo","heredero de todo" .

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es
precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen
samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio
muerto al borde del camino Lo que nos da verdadera libertad, verdadera
salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura,
que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece
consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y
nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La
pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza
ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando
siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que
se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su
amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su
relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías
pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a
enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir
con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo,
hermanos en el Hermano Primogénito.

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos ; podríamos
decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de
Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio 

Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras
que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los
medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios
sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de
Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su
Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a
través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra
pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las
miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar
obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza;
la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.
Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria
moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente
llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de
la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de
primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el
trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a
esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a
las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la
humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando
y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se
orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las
violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que,
en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el
dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una
distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las
conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al
compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en
esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque
alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las
drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido
de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la
esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por
condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de
la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de
los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien
podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también
es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que
nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos
que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos
que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de
fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera. 

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada
ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que
existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado
y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y
para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje
de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de
extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado,
para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y
hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue
en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida,
y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos
caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda
la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en
la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume
en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en
Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos
a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es
un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué
podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza.
No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin
esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no
duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual"[somos] como pobres, pero que
enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo" sostenga
nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la
responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y
agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los
creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino
cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os
guarde”.

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