[alianza-solidaria - schoenstatt.org] Feliz Navidad 2014!

Maria Fischer maria.fischer at schoenstatt.org
Thu Dec 25 01:48:45 CET 2014



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*FELIZ NAVIDAD*!

A todos ustedes, nuestros lectores, colaboradores, amigos,
con nuestras oraciones en el pesebre, y las palabras de nuestro Papa 
Francisco en este Navidad,
en la alegría de la noticia más hermosa jamás publicada: Jesús ha nacido 
para vivir con nosotros, siempre,
también por parte de la dirección y todo el equipo de schoenstatt.org,

Maria Fischer
www.schoenstatt.org


*/Texto de la homilía de Francisco esta Nochebuena en San Pedro:
/*

    «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban
    tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del
    Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los
    envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la
    santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como
    luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del
    Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la
    tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.
    También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de
    Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por
    la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la
    esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón,
    tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de
    ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.
    El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la
    noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue
    cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín,
    cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn
    4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la
    violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había
    puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza,
    aguardaba pacientemente. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en
    un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía
    renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha
    seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y
    de los pueblos.
    A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad
    nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más
    fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el
    anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira
    y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del
    hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo perdido.
    La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que
    disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las
    manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los
    pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento
    del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la
    señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
    pesebre» (Lc 2,12). La «señal» es la humildad de Dios llevada hasta
    el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra
    fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros
    anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que
    buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura
    de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta
    nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.
    Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido
    y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos
    la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por
    él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor»
    -podríamos responder-. Sin embargo, lo más importante no es
    buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con
    cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola
    presencia: ¿permito a Dios que me quiera?
    Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones
    difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien
    preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el
    calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de
    hoy! La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que
    Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad,
    con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado
    de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el
    encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y
    suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la
    ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la
    gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la
    humildad en cualquier conflicto». Queridos hermanos y hermanas, en
    esta noche santa contemplemos el misterio: allí «el pueblo que
    caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). La vio la gente
    sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron
    los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según
    sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de
    cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre:
    «María, muéstranos a Jesús».



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