[alianza-solidaria - schoenstatt.org] Año de la Misericordia
maria
maria at schoenstatt.org
Fri Mar 13 21:50:52 CET 2015
Durante la *celebración penitencial* en la Basílica de San Pedro, el
*Papa Francisco*, se refirió a la Iglesia como la casa que recibe a
todos y a ninguno rechaza. Este viernes por la tarde, rodeado de cientos
de fieles que lo acompañaron también durante el segundo aniversario de
su Pontificado, el Obispo de Roma recordó que las puertas de la Iglesia
“permanecen abiertas, para que quienes son tocados por la gracia, puedan
encontrar *la certeza de su perdón*”.
El Papa Francisco contó que piensa frecuentemente en cómo la Iglesia
puede hacer más evidente “su misión de ser testigo de su misericordia”,
un camino -aseguró- que comienza con una conversión espiritual, y en
este sentido anunció un*Jubileo extraordinario* que tenga en el centro
la misericordia de Dios. “Será un Año Santo de la Misericordia”,
puntualizó. Así este Año Santo, organizado por el Consejo Pontificio
para la Promoción de la Nueva Evangelización, comenzará la próxima
solemnidad de la Inmaculada Concepción y finalizará el 20 de noviembre
de 2016.
El Santo Padre se mostró además convencido de que “toda la Iglesia podrá
encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer más
fecunda la *misericordia de Dios*, con la cual todos estamos llamados a
dar consolación a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo”.
*Palabras del Santo Padre:*
También este año, en las vísperas del Cuarto domingo de Cuaresma, nos
hemos reunido para celebrar la liturgia penitencial. Estamos unidos a
tantos cristianos que, hoy en cada parte del mundo, han recibido la
invitación a vivir este momento como signo de la bondad del Señor. El
*Sacramento de la Reconciliación*, de hecho, permite acercarnos con
confianza al Padre por tener la certeza de su perdón. Él es
verdaderamente “rico de misericordia” y la extiende con abundancia sobre
aquellos que recurren a Él con corazón sincero.
Estar aquí para tener la experiencia de su amor, es sobre todo fruto de
su gracia. Como nos ha recordado el apóstol Pablo, Dios nunca deja de
mostrar la riqueza de su misericordia en el curso de los siglos. La
transformación del corazón que nos lleva a confesar nuestros pecados es
“don de Dios”: nosotros solos no podemos. El poder confesar nuestros
pecados es un don de Dios, es un regalo, es “obra suya” (cfr Ef 2,8-10).
Ser tocados con ternura de su mano y plasmados de su gracia nos permite,
por lo tanto, acercarnos al sacerdote sin miedo por nuestras culpas,
sino con la certeza de ser recibidos en el nombre de Dios, y
comprendidos a pesar de nuestras miserias. Y, también, dirigirnos sin un
abogado defensor: tenemos sólo uno, que ha dado la vida por nuestros
pecados. Es Él que, con el Padre, nos defiende siempre. Al salir del
confesionario, sentiremos su fuerza que restaura la vida y devuelve el
entusiasmo de la fe. Después de la confesión seremos *renacidos.*
El Evangelio que hemos escuchado (cfr Lc 7,36-50) nos abre un camino de
esperanza y de consolación. Es bueno sentir sobre nosotros la misma
mirada compasiva de Jesús, así como lo ha percibido la mujer pecadora en
la casa del fariseo. En este pasaje vuelven con insistencia dos
palabras: amor y juicio.
Está el amor de la mujer pecadora que se humilla delante el Señor; pero
antes está el amor misericordioso de Jesús por ella, que la empuja a
acercarse. Su llanto de arrepentimiento y de gozo lava los pies del
Maestro, y sus cabellos los secan con gratitud; los besos son expresión
de su afecto puro; y el perfume derramado en abundancia atestigua qué
tan valioso es Él a sus ojos.
Cada gesto de esta mujer habla de amor y expresa su deseo de tener una
certeza firme en su vida: la de haber sido perdonada. ¡Y esta certeza es
bellísima! Y Jesús le da esta certeza: acogiéndola le demuestra el amor
de Dios por ella, ¡justamente a ella!, ¡una pecadora pública! El amor y
el perdón son simultáneos: Dios le perdona mucho, le perdona todo,
porque «ha amado mucho» (Lc 7,47); y ella adora Jesús porque siente que
en Él hay misericordia y no condena. Siente que Jesús la entiende con
amor. A ella, que es una pecadora…Gracias a Jesús, sus muchos pecados
Dios se los carga en la espalda, no los recuerda más (cfr Is 43, 25).
Porque esto también es verdad, ¿eh? Cuando Dios perdona, olvida. Olvida.
¡Y es grande el perdón de Dios! Para ella ahora inicia una nueva
estación; ha renacido en el amor a una vida nueva.
Esta mujer ha verdaderamente encontrado el Señor. En el silencio, le ha
abierto su corazón; en el dolor, le ha mostrado el arrepentimiento por
sus pecados; con su llanto, ha llamado a la bondad divina para recibir
el perdón. Para ella no habrá ningún juicio que no sea el que viene de
Dios, y esto es el juicio de la misericordia. El protagonista de este
encuentro es ciertamente el amor, la misericordia que va más allá de la
justicia.
Simón, el patrón de casa, el fariseo, al contrario, no consigue
encontrar el camino del amor. Todo está calculado, todo pensado…
Permanece detenido en el umbral de las formalidades. Es una cosa fea, el
amor formal, no se entiende. No es capaz de cumplir el paso siguiente
para ir al encuentro de Jesús que le trae la salvación. Simón se ha
limitado a invitar a Jesús al almuerzo, pero no lo ha recibido
verdaderamente. En sus pensamientos invoca sólo la justicia y haciendo
así se equivoca.
Su juicio sobre la mujer lo aleja de la verdad y no le permite ni
siquiera comprender que es su huésped. Se ha detenido en la superficie
–a la formalidad- no ha sido capaz de mirar el corazón. Ante la palabra
de Jesús y a la pregunta sobre qué siervo había amado más, el fariseo
responde correctamente:
«Aquel a quien le ha perdonado más». Y Jesús no deja de hacerle ver:
«Has juzgado bien» (Lc 7,43). Sólo cuando el juicio de Simón es dirigido
al amor, entonces él está en lo justo.
La llamada de Jesús empuja a cada uno de nosotros a no detenernos nunca
en la superficie de las cosas, sobre todo cuando somos ante una persona.
Estamos llamados a mirar más allá, a centrarse en el corazón para ver de
cuánta generosidad cada uno es capaz. Ninguno puede ser excluido de la
misericordia de Dios: ninguno puede ser excluido de la misericordia de
Dios. Todos conocen el camino para acceder y la Iglesia es la casa que
recibe a todos y a ninguno rechaza. Sus puertas permanecen abiertas,
para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la certeza
de su perdón. Más grande es el pecado, más grande debe ser el amor que
la Iglesia expresa hacia aquellos que se convierten. ¡Con cuánto amor
nos mira Jesús! ¡Con cuánto amor cura nuestro corazón pecador! ¡Nunca se
asusta de nuestros pecados! Pensemos en el hijo pródigo que, cuando
decide de volver donde el padre, piensa en decirle un discurso, pero no
le deja hablar, el Padre: Lo abraza. Así es Jesús con nosotros: “Padre
tengo tantos pecados” – “Pero Él estará contento si tú vas: te abrazará
con tanto amor! No tengas miedo…
Queridos hermanos y hermanas, he pensado frecuentemente en cómo la
Iglesia pueda hacer más evidente su misión de ser testigo de su
misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Y
tenemos que andar este camino. Por eso, he decidido llamar un */Jubileo
extraordinario /*que tenga en el centro la misericordia de Dios. *Será
un Año Santo de la Misericordia.* Lo queremos vivir a la luz de la
palabra del Señor: “Sean misericordiosos como el Padre” (cfr Lc 6,36). Y
esto especialmente para los confesores, ¿eh? ¡Tanta misericordia!
Este Año Santo iniciará en la próxima solemnidad de la Inmaculada
Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro
Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia del
Padre. Confío la organización de este Jubileo al Consejo Pontificio para
la Promoción de la Nueva Evangelización, para que pueda animarlo como
una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de llevar a cada
persona el Evangelio de la misericordia.
Estoy convencido que toda la Iglesia, que tiene tanta necesidad
de*recibir misericordia*, porque somos pecadores, podrá encontrar en
este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer más fecunda la
misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar
consolación a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo. No olvidemos
que Dios perdona todo, y Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir
perdón. Confiemos este año desde ahora a la Madre de la Misericordia,
para que dirija a nosotros su mirada y vele sobre nuestro camino:
Nuestro camino penitencial, nuestro camino con el corazón abierto,
durante un año a recibir la indulgencia de Dios, a recibir la
misericordia de Dios.
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